"Una vez me dijeron que las piedras tenían sentimientos"
Esther Quevedo

lunes, 22 de abril de 2013

Gracias, gracias, gracias


Damos las gracias El Periódico y a Nuria Marrón por citarnos de nuevo en el suplemento Más Periódico el pasado fin de semana. 

Se trata de una breve opinión sobre la vida de Neus Catalá, sobreviviente del campo de concentración Ravensbrück y un símbolo de la lucha por la supervivencia.  Desde aquí vaya nuestro agradecimiento y especialmente nuestra inacabable admiración por la protagonista de este magnífico reportaje.




sábado, 20 de abril de 2013

Papel de celofán


Creía que el papel de celofán era cosa de ricos. Los buenos regalos se envolvían en papel de celofán de colores.
La hija de mi vecina me explicó que su padre compró papel de celofán naranja, lo pegó en el televisor y se hizo una televisión a color.
Yo lo conté en mi casa, y mi madre me miró como si no me escuchase.
¡Menuda tontería!, me dijo.
Y nunca más volví a pensar en el tema.
Nosotros, como estábamos convencidos de que era muy caro, envolvíamos los regalos en papel de ositos barato.
A mí me gustaban los papeles con cenefas de moda porque eran psicodélicas y te mareabas si las mirabas fijamente.
Un día fuimos a comprar un libro a la ciudad y cogimos el autobús. Entramos en una papelería del centro y entonces pensé que el papel de celofán tenía personalidad propia, que no se relacionaba nunca ni con los ositos ni con las cenefas de moda porque los encontraba vulgares.
Compramos un libro. Le insistí a mi madre que me comprara un papel de celofán azul. Me preguntó para qué lo quería y como no lo sabía, pues me dijo que no.
Luego fuimos a comer un chocolate con nata.
Y a mi madre le robaron el monedero.
Lo único que recuerdo de ese día es que tuvo que recogernos mi padre y que mi madre se pasó el camino diciendo que dios le había castigado, pero yo no sabía qué tenía que ver dios con eso.
Como el incidente me importó muy poco, lo olvidé de inmediato.
Pero ella no.
Antes de morirse me dijo que de lo único que se arrepentía era de no haberme comprado el papel de celofán. ¡Qué cosas! ¿No?
Con los años me he ratificado y estoy segura de que el papel de celofán tiene cerebro propio y que ahora se siente como un homeless porque lo han desplazado a las guarderías y a los colegios infantiles y los niños lo babean y lo embadurnan.

miércoles, 10 de abril de 2013

Papel de embalar


Siempre pensé que la muerte tenía el color del papel de embalar.
Marronuzca y de piel lisa.
Lo pensé de niña cuando veía las noticias en blanco y negro.
Lo pensé de adolescente cuando ni veía las noticias ni me interesaba nada más que el color de las medias que me iba a poner con la falda acampanada roja.
Lo pensé de adulta cuando llegué a la facultad y mis ideales eran discutir y tomar té sin limón, porque el limón costaba un duro, hasta que un amigo me dijo que pidiera el limón cuando ya había pagado.
Siempre pensé que mi madre sería inmortal y que en cualquier situación podría refugiarme debajo de su brazo, cual pollo.
Pero mi madre murió y yo vi la muerte, y la muerte no era del color del papel de embalar. La muerte se presentó una mañana de octubre, grande, poderosa, segura, negra, oscura, rugosa.
Después el silencio, el desamparo.
El silencio apareció como una borla de debajo de la cama, como un pastel de cumpleaños, como el cielo azul.
Mirar al silencio de cara tiene su chiste.
Él te observa con sus ojos grandes y verdes.
No opina, no dice, no replica.
El silencio puede mantenerse a tu lado un rato o varios días hasta que se cansa. Entonces deja paso a la risa, a la tristeza, a la alegría, al hastío.
La risa es esencialmente naranja, redonda y fofa. Nunca ha querido hacer régimen porque piensa que se convertiría en tristeza y eso le da mucha aprensión. Ella es consciente que su estado de ánimo es un poco maniaco y que a veces se convierte en un problema.
Una navidad estaba la familia hablando. Mi tía dijo que a ella le gustaba mucho la navidad que celebraban en casa de su otra sobrina porque en vez de cantar villancicos normales y corrientes, lo que hacían era poner su propia letra como si un villancico fuera una chirigota.
Mi tía es así, esté donde esté nunca está a gusto.
Como era la primera vez que venía después de muchos años a nuestra casa y, sabiendo el carácter rancio que tiene, todos la escuchábamos con atención, serios, como si estuviera hablando de lo mal que está el Dow Jones.
De pronto todo se hizo naranja para mí y noté como la risa me invadía el cerebro de forma imposible.
Tenía enfrente a mi hijo, el mayor, que dice que quiere ser ingeniero espacial pero tiene notas de celador. Mi hijo el mayor entornó los ojos y dio un brinco a la cocina, algo que la risa y yo aprovechamos.
Creo que mi tía no volverá otra nochebuena a mi casa porque, entre otras cosas, no le hice ni caso y como no conocía a nadie se pasó la noche fregando copas.
Mi hijo mayor se parece a mí. Yo quería ser psiquiatra y acabé de maestra de jardín de infancia, pero eso sí, como tengo el don de que todo el mundo me explica sus penas, me paso el día quitando, poniendo pañales y escuchando los dramas de mis compañeras de trabajo.
Porque no conocen la risa.
No la conocen porque siempre están de régimen.
Y entonces entiendo por qué la risa no tiene buena relación con la tristeza.
La tristeza la conozco a trozos. La tristeza la considero una enfermedad rabiosa que se mete en las células y las va atacando, sin prisa. A la tristeza no le tengo una gran consideración. Translúcida, amorfa, parásita.
Me hice amiga de una persona triste y era horroroso. Se pasaba el día lamentándose de su vida, de su peinado, de su trabajo, de su novio, de no tener ganas de nada, en resumen, de vivir.
Una noche me llamó llorando como de costumbre y le dije que no quería hablar con ella, que cada vez que oía su voz me ponía triste, que ya no tenía fuerzas para ayudarla, que por favor, me llamara cuando tuviera algo alegre que contarme.
Y no me llamó más.
Cinco años más tarde la encontré paseando por la ciudad, contenta, satisfecha, feliz y me explicó que la última noche en la que hablamos y, viendo que ya nadie la podía ayudar, se apuntó a un curso de bailes de salón, se enamoró de su profesor cubano y que ahora se pasaba los días a ritmo de mambo, de salsa y de roncito…, que así fue como me lo contó.
También me dijo que me asociaba a un tiempo triste y oscuro y que no quería volver a verme más.
Cada una tiró por su camino.
Entonces pensé que tendría que haber sido más aplicada en los estudios y haberme hecho psiquiatra. Al menos habría cobrado, pero como soy un poco pánfila lo mismo me hubiera dado mucha pena y hubiera escuchado gratis.
Del hastío no tengo nada que contar. No lo conozco muy bien.

domingo, 31 de marzo de 2013

Lo prometido es deuda, segundo capítulo, PAPEL

En mi casa todos somos del 27.
Yo nací un 27, mi marido nació un 27.
Mis hijos, nacieron cada uno un 27 distinto.
El 27 me parece un número bonito.
Si hubiéramos sido del 29 quizá hubiéramos tenido un problema.
Porque uno de mis hijos cumpliría años una de cada cuatro veces.
A mí me gusta muchísimo celebrar los cumpleaños.
Suelo hacer varias fiestas para celebrar un mismo cumpleaños.
Es por eso que paso el año preparando fiestas de cumpleaños.
Mi marido a veces me dice que me ofusco, sobre todo cuando me enfado porque un cumpleaños sólo lo he celebrado una o dos veces.
Es difícil de entender.
A mí me cuesta entenderme.
A veces pienso que la vida no vale nada.
A veces que la vida es frágil y otras que la vida es maravillosa.
Sobre todo por la mañana, cuando huelo a café.
Pero esto lo entiende muy poca gente.
Recuerdo el día en que nací, aunque nadie se lo cree.
También recuerdo una noche de reyes, cuando Melchor entró en la habitación y me dio un beso.
Como lo expliqué al día siguiente, me dijeron que había sido mi padre.
Pero yo no lo he creído nunca.
Es imposible que mi padre me diera un beso.
Nunca me dio un beso.
Nunca me dijo nada, porque él quería un niño y nací yo.
Desde entonces mi vida la veo como una sucesión de papeles de diferentes texturas y tamaños.
Como una sinrazón pero con una misión.
No sé cuál es mi misión.
Pero sé que está ahí, aunque no la vea.

¡En El Periódico de Catalunya!

Hemos salido en El Periódico de Catalunya, hoy 31 de marzo de 2013. ¡Mil gracias!


viernes, 29 de marzo de 2013

Gracias, muchas gracias

Estamos muy agradecidos porque nuestros admirados amigos de Continuará en TVE han hecho una reseña de nuestro libro Piedra Papel Tijera, ¡no te lo pierdas! Mira en el minuto 23:46 de este vídeo.

Esta es la traducción de la reseña:
"De literatura, nos hace especial ilusión recomendarles esta pequeña joya escrita por Esther Quevedo titulada Piedra Papel Tijera, con una estructura muy original de pequeños capítulos encabezados con distintos tipos de papel como el de seda, el de charol, de calcar y otros. El relato es muy evocador de tiempos pasados, lleno de recuerdos y nostalgias que nos pueden recordar, por ejemplo, la magnífica prosa de Manuel Rivas."



jueves, 21 de marzo de 2013

Piedra


Para mis madres Juana y Clemen
  
Una vez me dijeron que las piedras tenían sentimientos.
Nunca jugué al piedra, papel, tijera.
No jugué porque no le encontraba sentido.
Ahora tampoco se lo encuentro.
Tengo cuarenta años y siempre me sentí fea.
Tengo tres hijos, un marido y un gato.
Mi sentido de la posesión es absurdo.
Digo tengo pero no tengo.
Me quieren, les quiero…