"Una vez me dijeron que las piedras tenían sentimientos"
Esther Quevedo

sábado, 20 de abril de 2013

Papel de celofán


Creía que el papel de celofán era cosa de ricos. Los buenos regalos se envolvían en papel de celofán de colores.
La hija de mi vecina me explicó que su padre compró papel de celofán naranja, lo pegó en el televisor y se hizo una televisión a color.
Yo lo conté en mi casa, y mi madre me miró como si no me escuchase.
¡Menuda tontería!, me dijo.
Y nunca más volví a pensar en el tema.
Nosotros, como estábamos convencidos de que era muy caro, envolvíamos los regalos en papel de ositos barato.
A mí me gustaban los papeles con cenefas de moda porque eran psicodélicas y te mareabas si las mirabas fijamente.
Un día fuimos a comprar un libro a la ciudad y cogimos el autobús. Entramos en una papelería del centro y entonces pensé que el papel de celofán tenía personalidad propia, que no se relacionaba nunca ni con los ositos ni con las cenefas de moda porque los encontraba vulgares.
Compramos un libro. Le insistí a mi madre que me comprara un papel de celofán azul. Me preguntó para qué lo quería y como no lo sabía, pues me dijo que no.
Luego fuimos a comer un chocolate con nata.
Y a mi madre le robaron el monedero.
Lo único que recuerdo de ese día es que tuvo que recogernos mi padre y que mi madre se pasó el camino diciendo que dios le había castigado, pero yo no sabía qué tenía que ver dios con eso.
Como el incidente me importó muy poco, lo olvidé de inmediato.
Pero ella no.
Antes de morirse me dijo que de lo único que se arrepentía era de no haberme comprado el papel de celofán. ¡Qué cosas! ¿No?
Con los años me he ratificado y estoy segura de que el papel de celofán tiene cerebro propio y que ahora se siente como un homeless porque lo han desplazado a las guarderías y a los colegios infantiles y los niños lo babean y lo embadurnan.

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